lunes, 28 de enero de 2008

Sentidos

Lo sentí, un ruido sordo atravesó el acogedor silencio aquel día, yo caminaba pensando en tí y es cuando pasó, toqué mi pecho estaba tibio y húmedo pero el resto de mi piel se heló con ese frío que sólo un dolor muy grande es capaz de causar; mis oidos mediante los cuales podía acariciarme con las más bellas melodías jamás creadas, no podían captar nada más, fue como si ese sonido los hubiese aturdido para siempre; en mi boca el sabor a miel que tenía se transformó en hiel que me carcomía los labios y me quemaba por dentro; el aire puro y las fragancias de jazmín que me acompañaban se transformaron en un hedor que ofendía a la misma inmundicia, y se impregnaba en mí hasta el punto de hacerme olvidar el dulce aroma del amor y mis ojos no podían ver más, la luz que acompañó al sonido los cegó y apenas podían percibir sombras espantosas que se acercaban a mí.

Por un segundo logré agudizar mis sentidos para descubrir el origen de tan terribles sensaciones y es cuando te ví frente a mí empuñando el arco del desamor, tratando de atisbar si la flecha de la desilusión bañada con el veneno de la decepción había dado en el blanco. Y si lo dio, me viste caer y te fuiste satisfecho de haber cumplido tu misión, de asesinar nuestro amor; pero estabas tan apurado por irte que no tuviste en cuenta que no había muerto y que la agonía sería mi compañera durante mucho tiempo.


lunes, 21 de enero de 2008

Dormida

La miraba dormir y acariciaba suavemente su cabello se le veía tan dulce y frágil, muy distinta a lo que hasta hace unos momentos había sido, una pantera sensual capaz de ondular su cuerpo y acariciar con su piel el cuerpo amado y trazar con sus uñas el camino al éxtasis.

Veía como se deslizaban aun por su rostro, pequeñas gotas de sudor, que se perdían entre sus cabellos, de los cuales, él se pudo asir para poseerla lleno de pasión.
Sus labios entreabiertos, con una respiración lenta y acompasada contrastaban con los gemidos murmurados mientras escuchaba repetir su nombre una y otra vez.
Sus ojos cerrados, no podían esconder la fuerza de aquella mirada, que en los momentos de máximo placer podían reflejar como cada parte de su interior se contraía para dar paso a un rocío de felicidad.
Sus manos, una de ellas repozaba sobre su vientre ahora quieto sin ese movimiento perturbador que transportaba a ambos seres a otra dimensión; y la otra, tras su cabeza para poder derrochar sensualidad mientras descansa.
Entre sus piernas cual sombra, mudo testigo, el fruto del derroche de la danza del placer, esa sensación que sabía sentiría desde que soñó tenerla en sus brazos.