Lo sentí, un ruido sordo atravesó el acogedor silencio aquel día, yo caminaba pensando en tí y es cuando pasó, toqué mi pecho estaba tibio y húmedo pero el resto de mi piel se heló con ese frío que sólo un dolor muy grande es capaz de causar; mis oidos mediante los cuales podía acariciarme con las más bellas melodías jamás creadas, no podían captar nada más, fue como si ese sonido los hubiese aturdido para siempre; en mi boca el sabor a miel que tenía se transformó en hiel que me carcomía los labios y me quemaba por dentro; el aire puro y las fragancias de jazmín que me acompañaban se transformaron en un hedor que ofendía a la misma inmundicia, y se impregnaba en mí hasta el punto de hacerme olvidar el dulce aroma del amor y mis ojos no podían ver más, la luz que acompañó al sonido los cegó y apenas podían percibir sombras espantosas que se acercaban a mí.
Por un segundo logré agudizar mis sentidos para descubrir el origen de tan terribles sensaciones y es cuando te ví frente a mí empuñando el arco del desamor, tratando de atisbar si la flecha de la desilusión bañada con el veneno de la decepción había dado en el blanco. Y si lo dio, me viste caer y te fuiste satisfecho de haber cumplido tu misión, de asesinar nuestro amor; pero estabas tan apurado por irte que no tuviste en cuenta que no había muerto y que la agonía sería mi compañera durante mucho tiempo.